12.09.2010

La plata llega sola

Por Jaime Bayly en Diciembre 5, 2010

























Este año ha sido una montaña rusa para mí. Lo comencé en Bogotá. Hacía un programa en NTN. Era la campaña presidencial colombiana. Cuando empecé a mostrar simpatías por Mockus, vino al hotel el jefe de la policía secreta y me dijo que sus espías en Caracas habían descubierto que Chávez había ordenado que me matasen y que debía irme de Colombia. El policía, íntimo de Juan Manuel Santos, me mintió y pensó que saldría huyendo. Le dije: No se preocupe, Felipe, tengo una enfermedad terminal, moriré en seis meses, de modo que si Chávez me mata antes, me hará un gran favor. Y me quedé en Bogotá. Cuando los colombianos eligieron a Santos, me mudé a Lima para ser candidato presidencial. Un partido menor, Cambio Radical, me apoyaba. Pero dicho partido respaldó, sin consultarme, la candidatura a la alcaldía de Lima de un asaltante de caminos llamado Alex Kouri, deslealtad que me obligó a romper mi alianza con Cambio Radical.

Fue entonces cuando Enrique Ghersi me animó con entusiasmo a fundar un partido político, ``No Nos Ganan'', y aseguró que podía recoger medio millón de firmas antes de fin de año. Con parejo entusiasmo, me pidió 300 mil dólares para recolectar las firmas. Delicadamente, me excusé y no le di el dinero.

Sin embargo, no renuncié a mi ambición de ser candidato. En efecto, me reuní con la plana mayor de Acción Popular (una reunión en la que el más joven contaba 75 años) y acordamos que sería el candidato. Luego de la reunión, y como alguien me había susurrado que un tal Lescano quería ser candidato del partido, hice llamar al amigo Lescano y le pregunté si él sería candidato, puesto que en ese caso no competiría con él. Lescano me dijo que lo estaba pensando y me llamaría. Por supuesto, no llamó. Por consiguiente, decidí no inscribirme en Acción Popular.

Fue entonces cuando cité en el mismo café a un joven, Gonzalo Aguirre, quien tiene un partido o secta o cofradía o club de amigos inscrito para participar en las elecciones. Le dije a Aguirre que quería ser candidato de ese partido. Aguirre se entusiasmó. Organizó una reunión con la plana mayor de su partido, que me sometió a un interrogatorio de cuatro horas. Días después, Aguirre me dijo que me habían aceptado como candidato. Magnífico, le dije. Luego llegó un lunes y Aguirre quiso verme con incomprensible urgencia. Yo me encontraba enfermo y no podía verlo y le hice saber que no podía atenderlo. Por misteriosas razones, Aguirre me dijo que ya no sería candidato presidencial de su cofradía.

No quedó entonces más remedio que llamar a Lucho Bedoya el viejo, y cuando digo ``el viejo'' lo digo con respeto y admiración, porque Lucho Bedoya se aproxima a cumplir un siglo de vida y sigue creyendo que Lourdes Flores va a ser presidenta del Perú, cuando sería más realista postularla al Club de Corazones Remendados. Algo desconcertado por mi llamada, me citó en su estudio jurídico (una casa que parecía un salón de velatorios o una funeraria). Asistí puntualmente. El doctor Bedoya fue amable. Hablamos dos horas. Por momentos se perdía, divagaba, contaba zarandajas de su infancia o su juventud que no remataba, pero cada siete minutos entraba una señorita y le daba una taza de café y lo revivía con esa dosis de cafeína que lo mantenía lúcido y erecto. Le dije a Bedoya que quería ser candidato del PPC. Bedoya me dijo: Yo ya estoy retirado, hijo, ahora la que manda es Lourdes. Luego me recomendó que me dedicase a recolectar firmas para mi partido.

Por último, invité a cenar a mi casa al presidente Alan García, accidente genético que gobierna al Perú. Cuando García hundió sus oceánicas posaderas en el sofá, sentí un crujido ominoso y temí que el mueble se partiría. Alan me animó a ser candidato. Le dije que no tenía suficiente dinero y mi madre no se manifestaba. Le pregunté cuánto ganaba el presidente del Perú. No parecía saberlo. Algo así como 3 mil dólares al mes, me dijo. Con esa plata no puedo mantener a mi familia por cinco años, le dije. Y no soy un ladrón ni tengo ganas de aprender el oficio, añadí. Alan soltó una risotada y sentenció la frase de la noche: ``No seas tonto, hombre, la plata llega sola''.

Fue esa noche que decidí que no sería candidato presidencial y recordé que hacía veinte años me había propuesto ser un escritor y me prometí que dedicaría lo que me quedase de vida (que no ha de ser mucho) a seguir siendo un escritor.

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