Por Samuel Azout
El 40% de la población mundial vive en pobreza –aproximadamente 2.600 millones de personas. La mayor parte vive en el hemisferio Sur, principalmente en África, Latinoamérica y Asia, mientras los más ricos están en Norteamérica y Europa. Las diferencias entre países ricos y pobres en el mundo es cada vez mayor.
Estados Unidos, uno de los países más ricos del mundo, tiene un ingreso promedio por persona (US$46.200 al año) 140 veces mayor al ingreso por persona de República de Congo, el país más pobre del mundo (US$330 al año).
Hace 50 años el ingreso promedio de un colombiano era igual al de un coreano, un portugués o singapuriano. En la actualidad, estos países tienen ingresos promedio por persona cinco veces mayores al nuestro.
¿Por qué existen estas desigualdades? ¿Cómo podemos eliminarlas? Son las grandes preguntas de nuestro tiempo. Historiadores, antropólogos, sociólogos y economistas han dedicado décadas enteras a estudiar las causas de la pobreza. La historia está llena de propuestas para derrotar la miseria, desde el capitalismo de Adam Smith hasta el comunismo de Karl Marx.
Las ‘metas del milenio’ promovida por Naciones Unidas y firmada por sus 192 países miembros apuntan a reducir la pobreza absoluta a la mitad al año 2015. Pero ya se sabe que las ‘metas del milenio’ no se van a cumplir. Es más, en el 2009 el número de pobres en el mundo aumentó 90 millones.
Hay que reconocer que en China, país donde no hay libertades políticas, más de 400 millones de personas han salido de la pobreza. Infortunadamente, éste no ha sido el caso de la mayoría de los países de Latinoamérica, incluyendo Colombia, donde no hemos avanzado en derrotar la pobreza.
Pero, ¿por qué algunos países avanzan y otros no? Algunas razones son las siguientes:
La primera es la corrupción. Los países y regiones que tienen gobiernos limpios y honestos pueden invertir más en educación, salud, vivienda y otros servicios básicos para mejorarles las condiciones de vida a los menos privilegiados.
Otra razón es la falta de una política económica de largo plazo. Cuando los países no tienen un rumbo definido no logran desarrollarse. En Colombia, por ejemplo, el gobierno y el sector privado no han logrado definir una agenda única de competitividad. Terminamos dependiendo de la exportación de materias primas mientras, la exportación de productos de valor agregado, que es la fuente de verdadera riqueza, permanece inmóvil.
También se sabe que la riqueza está relacionada con la justicia. Son más ricos aquellos países donde las instituciones de justicia son eficientes. En ese sentido el capital es cobarde; las empresas no invierten en aquellos países donde los derechos civiles y de propiedad no son garantizados. Para alcanzar mayor desarrollo económico resulta indispensable limpiar la burocracia judicial y reemplazarla por un sistema ágil, confiable y efectivo.
El candidato presidencial Juan Manuel Santos ha dicho “atacaremos la pobreza y el desempleo con la misma firmeza con que hemos atacado la inseguridad”. Ha señalado que su idea es pasar de la “seguridad democrática a la prosperidad democrática”. Pareciera como si Santos estuviera reconociendo que el desarrollo no se logra solamente a punta de helicópteros artillados y bases militares.
Otro candidato presidencial, Sergio Fajardo, ha dicho “nuestra apuesta es por la calidad de la educación pública, por la ciencia y la tecnología, por la innovación, por el emprendimiento para transformar el conocimiento en actividades productivas, y por la cultura como expresión del talento que se convierte en riqueza humana”.
Tal vez algún día Colombia ingresará a la lista de países que derrotan la pobreza porque, como dice Pambelé, “es mejor ser rico que pobre”.
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