Por Rosa Maria Palacios.
Un hombre violento, irascible y desproporcionado en sus gestos. Un hombre al que nada ni nadie se le interpone en el camino y cuya majestad no puede ser perturbada por un oportunista que se coloca delante de él. No importa que la reacción sea pública. Menos que el perjudicado por la reacción sea un hombre débil en muchos sentidos. Esa era la imagen de Alan García el año 2004, cuando estampaba su pie en la espalda de Lora y legaba, gracias a hábiles camarógrafos, su peor cara para la posteridad.
Esa imagen lo persiguió por mucho tiempo y logró, gracias a algún asesor inteligente, hasta una reunión con el agraviado y un pedido de disculpas, antes de la campaña del 2006 donde la foto fue de uso frecuente, pero relativizada por los hechos posteriores.
Pero como el tiempo no mejora el burro a caballo, tarde o temprano, volvería la estampita. Y así fue el sábado pasado. Sólo que esta vez no hay (por ahora) foto de la bofetada que Richard Gálvez y varios testigos juran que el Presidente de la República le propinó por gritarle a su paso, ¡corrupto! Y la ausencia de la prueba gráfica es, probablemente, lo que ha enredado al Presidente dejando, como él aspiraba, a la agresión física como un incidente mínimo y evidenciando, como un incidente máximo, las serias faltas éticas que comete para ocultar lo que según él mismo nunca ocurrió.
Lo hemos visto pasar de la negación (“no le crean a Diario 16”) a la explicación victimizada con negación (me mentó la madre delante de mi hija y lo mandé al carajo pero no le pegué) a la producción de “verdaderos” agresores (“supervisores de limpieza” que en realidad son personal de seguridad, -alguien dijo ¿Contraloría?-) que reconocen la golpiza que originalmente nunca existió. Y ante la clara evidencia del maltrato desproporcionado en un video (alguien debería contarle a Velásquez Quesquén que cosa es la legítima defensa y a Villa Stein qué cosa es la justicia por mano propia), el Presidente ha dado, unilateralmente, por concluido el asunto.
No olvidemos tampoco las amenazas a la prensa. ¿Qué explicación tengo que darle yo a la autoridad sobre un trabajo legítimo? Y si el Presidente quiere hablar de bajezas, yo encantada, porque en mi agravio, y por su propia mano, tengo varias en mi haber. Lástima que algunos, pocos, se autocensuren pero no esperen eso de la mayoría de la prensa.
Bastaba con reconocer que la conducta de Gálvez; un muchacho limitado (igual que Lora) y malcriado en su gesto, (al Presiente se le debe respeto) no merecía más que una llamada de atención. Ese mismo día se le debió pedir disculpas por la paliza que, sin ninguna autoridad, le dio el personal de seguridad. Si hubiera sido así, con bofetón o sin él, el asunto concluía el mismo sábado.
Pero no. Un Presidente irascible, violento, amenazante y mentiroso, vuelve a llenar la estampita. Ahora, ¿Me dará una bofetada por escribir esto?
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