Hace unos días escribí un post acerca de Castañeda y esboce algunas de las razones por las cuales no votaría por el. Este Blog es libre para los comentarios, alguien probablemente fan de castaneda pues se acordó de mi madre, pensé que de repente mis criticas eran muy personales, al parecer no lo son, la columna de Renato Cisneros sin ser ácida esboza sus razones por las cuales no votara por Luis Castañeda Lossio.
Porque no me inspira transparencia. No me refiero únicamente al modo turbio en que licitó y fiscalizó algunas de las obras municipales durante su gestión en la alcaldía de Lima, sino a su forma de comunicar. Hay algo en él –en su sonrisa tiesa, en su mirada desviada del interlocutor, en su risa nerviosa– que no traspasa la pantalla de televisión, que genera ruido. La respuesta fácil sería argüir que le falta carisma y punto, pero creo que es algo más grave que eso: le falta pasión. No molesta tanto que sea mudo o poco articulado, sino que no transpire adrenalina ni autenticidad cuando habla de sus sentimientos, de sus planes de cambio, de sus ganas de ser presidente. Ni siquiera cuando se enoja le pone alma al discurso.
Es cierto que parece un buen ejecutor de obras –incluso el casco blanco de ingeniero le mejora el look frío–, pero las necesidades del Perú del 2011 superan el asunto de la infraestructura y la calamina. La iniciativa de la carretera de los Andes, siendo interesante, no debería tener más prioridad que la lucha contra el narcotráfico o que la revolución educativa, materias en las que las propuestas de Castañeda no destacan precisamente por su originalidad ni vanguardia.
No podría votar por él porque no quiero un líder de gobierno machista ni homofóbico ni extremadamente conservador, y él es las tres cosas al mismo tiempo. La forma engañosa en que se refirió a la ecuatoriana María Sol Corral –ese amuleto no exclusivo al que decía conocer hace años– es igual de condenable que el tono burlesco con que comentó alguna declaración de Carlos Bruce. “Esa es una loca, una loca afirmación”, dijo una tarde, patentando un prejuicio del que no ha sido capaz de despojarse. Por otro lado, sintiéndome tan poco identificado como me siento respecto del discurso extremista, político y tradicionalista del Cardenal Cipriani, no guardaría coherencia votar por Castañeda, cuyas simpatías por las ideas del purpúreo son evidentes. Él no representa los valores modernos, tolerantes y progresistas que forman parte de la prédica personal de muchos peruanos, por eso tampoco marcaría el Sol [por cierto, mala pata la del ‘Mudo’: la llegada del otoño subrayó el apagón del símbolo estival de su candidatura].
No votaría por Lucho porque me suscitan una ola de desconfianza los individuos que, aspirando a un puesto público, no comparten su historia con la gente. Todos conocemos algo de la historia de Toledo, la de PPK, la de Ollanta, la de Keiko. Sabemos por lo menos de dónde proceden, cómo surgieron, cuánto los estimuló o afectó el entorno familiar, cómo son (o aparentan ser) fuera del ámbito político. De Castañeda, en cambio, sabemos muy poco. Su historia está plagada de interrogantes, sombras, cerraduras. Mal indicio.
No podría votar por él porque no sabe rodearse de buenos cuadros. Su entorno está compuesto, básicamente, por ex tributarios de Toledo (Waisman, Pacheco, Minaya), amén de un coro de voceros impulsivos, sin talla para la polémica (Menchola, Mekler, Morales). No hablemos de su plancha, esa fórmula integrada por ‘solidarios’ de ocasión que tan poco ha contribuido en esta contienda.
Finalmente, no votaría por el ex alcalde porque no ha sabido rentabilizar la enorme popularidad que tuvo. Su independencia se sesgó mucho al tolerar el padrinazgo del Apra, y le ha faltado construir una moral de la autocrítica. Él culpa de su descenso a Susana Villarán, a la prensa enemiga, a las encuestas arregladas. ¿O lo perturban muchos fantasmas o le faltan agallas para asumir sus errores? No sé ustedes, pero yo no quiero un presidente así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario