Por Alberto Adrianzén (*)
El título de este artículo pertenece a Raymundo Riva Palacios, un periodista mexicano que hace unos días escribió una columna en el diario español El País (09/12/09). Riva se quejaba amargamente de lo que hoy sucede en su país, pero sobre todo de los políticos que han hecho de la política una suerte de carnaval: “En México hay políticos profesionales y no profesionales que toman todos los días decisiones que afectan a los mexicanos (como) un secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, que ha llegado a atender a empresarios que van a plantearle problemas sentado sobre su escritorio en posición de flor de loto”.
Si bien en el caso peruano tenemos nuestra propia lista de políticos extravagantes, con actitudes indignantes y escandalosas, este artículo no se refiere a ellos. Sobre los políticos, con razón o sin ella, mucha tinta ha corrido y corre todos los días. Hablar sobre ellos, como hacen algunos medios (sospecho que por razones crematísticas: el escándalo vende), es una redundancia. Mi “¡Basta!, ya me cansé” se refiere a la corrupción que hoy –y no es una exageración– azota, como una verdadera plaga, nuestro país.
Son tantas las denuncias recientes que, sospecho, faltarían páginas a este diario para informar. Ejemplos sobran: Business Track, los petroaudios, Taboada, el tren eléctrico, Alas Peruanas, la concesión del puerto de Paita, la sentencia del TC que favorece al fujimorismo, el indulto a Crousillat, etc. La semana pasada publiqué un artículo sobre los DNI donde demostraba que algo extraño –por no emplear otra palabra– estaba sucediendo en esa licitación. Hoy son los tanques chinos que fueron “adquiridos” por una “decisión política” del presidente García. Cómo será la situación que hace unos días un amigo periodista me comentaba que el mes de diciembre solía dedicarlo a otras labores como editar y corregir textos o libros, pero que este año anda desesperado ya que es tal la cantidad de denuncias que le llegan sobre casos de corrupción que le es imposible dedicarse a otros trabajos. Los casos, me decía, son tantos que hacen cola esperando su publicación.
Por eso a estas alturas lo que extraña no es tanto la magnitud de la corrupción, más allá que sea un escándalo, sino más bien la pasividad en la que estamos cayendo frente a estos hechos. Que se sepa ningún gran caso sobre corrupción está siendo investigado de manera seria por ninguna instancia del Estado (incluyo al Congreso).
La pregunta, por lo tanto, es muy simple: qué nos está sucediendo para que nuestra capacidad de tolerancia frente a la corrupción en lugar de aumentar –es decir, de indignarnos más– disminuya considerablemente. Sospecho que una de las razones es la falta de credibilidad en la política, y además esta suerte de reconocimiento de que somos corruptos e irreformables al igual que los políticos y las autoridades públicas. Pero también el apoyo de algunos medios que relativizan o empequeñecen estos hechos a cambio del apoyo al modelo neoliberal y al propio gobierno responsable directo de estos hechos. Vivimos de cortina de humo en cortina de humo, para esconder tropelías, corruptelas; y a este capitalismo de amigotes que nos trajo el neoliberalismo, que solo beneficia a unos pocos. Los ciudadanos viven una permanente “magalización” de la política (me refiero a los “ampay” chismosos) que lo único que buscan es cambiar nuestro foco de atención. Mirar lo accesorio y no lo principal. Estamos mal y vamos peor.
Por eso lo mejor sería gritar. Riva dice: “Cuando menos hagamos eso como un primer paso, y decirle a nuestra clase gobernante: ¡Basta!, ya me cansé. Es el principio orwelliano para que no digan que todos los mexicanos (también se puede decir peruanos) somos iguales”. Y ese nuevo mundo orwelliano lo conforman hoy Alan García, el poder mediático, los militares y los grandes capitalistas. Cualquier parecido con el pasado no es una simple coincidencia.
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