11.29.2009

Sergio Fajardo El luchador que devolvió la confianza

Hay un sencillo experimento sensorial que consiste en lo siguiente: uno mete la mano en un balde con agua y mucho hielo, y al cabo de cinco minutos la saca y la pone debajo del chorro de la llave de agua fría. Esa agua fría no solamente nos parece caliente, sino que incluso creemos que nos está quemando. Yo a veces me pregunto si esta maravilla que nos parece Sergio Fajardo a la mayoría de los ciudadanos de Medellín, no será simplemente un efecto de contraste.

Por Héctor Abad Faciolince


No creo. Pienso que sus cualidades son reales e intrínsecas, pero el extremo contraste con los políticos tradicionales, también le ayuda. Veníamos del horrible hielo de un alcalde que se llamaba Luis Pérez (conocido con los distintos apodos de Lupe, Luis XV, Ratoncito Pérez), un político solterón de pelo engominado que se hacía acompañar a los restaurantes por modelos y reinas de belleza, vestido con pantalones acrílicos muy estrechos y botas mexicanas más puntudas que un alfiler. Fajardo, con su pinta informal de profesor universitario, casi siempre de bluyines, y acompañado por una psiquiatra feminista que ayudó a que en Medellín no se volviera a financiar con dineros públicos a las reinas de belleza, representaba un contraste que era como pasar de un pantano a una piscina.

Además Fajardo, doctor en matemáticas y profesor durante mucho tiempo, traía a la política lo mejor que le había dado Bogotá Antanas Mockus: pasión por la pedagogía ciudadana, confianza en que a la mayoría de las personas se las podía convencer de tener un comportamiento adecuado gracias a estímulos y recompensas reales y simbólicas, sin tener que apelar más de la cuenta a la coacción y la amenaza. No la ilusión anarquista de que la gente se porta bien si eliminamos a la policía, pero sí mayor énfasis que nunca en la educación cívica desde la infancia.

En los puestos clave de su administración, además, Sergio Fajardo ha sabido rodearse de personas al mismo tiempo idóneas e íntegras: en Planeación, en Tránsito, en Educación, en Cultura, y sobre todo en la joya de la corona, las Empresas Públicas de Medellín, donde llevó a un gerente, Juan Felipe Gaviria, que no piensa en vajillas (como la pupila de Luis Pérez), sino en conservar y hacer progresar a una empresa estatal –pese a todas las trabas que tiene un paquidermo de semejante tamaño– que sería ejemplo de buen manejo para muchas empresas privadas.

Siempre he sostenido que a los periodistas no les conviene (en aras de la objetividad) ser amigos de los políticos en ejercicio. Soy amigo de Sergio Fajardo desde antes de que él se metiera por el camino de la vida pública, y no podía dejar de serlo simplemente porque se cansó de ser matemático y quiso meterse en la dura tarea de hacer algo bueno por la ciudad donde nació. Lo acompañé en sus sueños de vida pública con una sola condición: que nunca me fuera a ofrecer un puesto. Y el motivo de este apoyo no ha sido el contraste con lo anterior (que es real), ni la amistad (que también es real), sino el convencimiento de su buena fe y honradez como persona, de su dedicación y de su compromiso por sacar de la olla a Medellín.

Fajardo es un buen ciudadano y un maestro comprometido con su comunidad. Su entusiasmo es contagioso y aunque en Medellín sigan pasando cosas horribles (he visto al alcalde llorar por líderes populares asesinados en los barrios), uno sabe que al mando no está un tipo malo, ni un matón, ni un corrupto, sino alguien que tiene motivaciones altruistas: quiere ser reconocido y recordado como el luchador que le devolvió la confianza a una ciudad que parecía condenada a la disolución y la desesperanza. Y también por sus obras, que son innumerables.

Hasta no hace mucho tiempo nuestro lema parecía sacado de una novela de Fernando Vallejo: "Medellín no tiene perdón ni tiene redención". Con todos los defectos que pueda tener la administración de Fajardo (no ha sido capaz, por ejemplo, de entregarle un verdadero parque verde a la ciudad, quizá por falta de plata), su obra está llena de proyectos y realizaciones que a mí me inspiran optimismo y confianza. Éramos la Sodoma de Colombia, y parecía que como si en Medellín no hubiera ni diez justos, por lo que la ciudad debía ser arrasada por una lluvia de fuego y azufre. Ahora lo que esperamos es que su trabajo continúe con un sucesor digno, y que la esperanza ganada en este tiempo no vuelva a los años de la corrupción y de la prepotencia.

Hace poco traté de explicar su éxito de la siguiente manera: "Fajardo es un extremista de centro, un luchador de la moderación. No tiene el discurso resentido y furioso de la vieja izquierda; los empresarios no lo ven como un enemigo y los sectores populares lo quieren y lo aprecian porque trabaja sobre todo en su beneficio. Gracias a su carisma innegable, a su optimismo a prueba de infamias, a su honradez total y a su insólita capacidad de trabajo, Medellín vuelvea creer que sí hay futuro."

Escribir a favor de una figura pública, a favor de un poderoso (así sea solamente un poderoso de ciudad), es un riesgo muy grande para cualquier periodista. Creo que esta impresión no me la dicta ni el contraste con lo anterior, ni la vieja amistad. Aspiro a mantener siempre el espíritu crítico frente a él. Pero lo que Fajardo ha hecho hasta ahora (en obras y en entusiasmo para no rendirnos) por la ciudad donde nací, es algo que los medellinenses le tenemos que agradecer.

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